SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín

martes, 1 de enero de 2008

La otra Odisea


Es de sobra conocido que, mientras Ulises luchaba contra Lestrigones y Cíclopes, o enloquecía de deseo por el canto de las sirenas, o simplemente oteaba el horizonte impasible desde su cóncava nave, mientras vivía la más grande aventura de todos los tiempos, Penélope esperaba. Esperaba y tejía y volvía a esperar. A veces paseaba despacio por la playa y seguía esperando. O eso al menos es lo que nos han hecho creer.
Puro cuento. Lo cierto es que la callada y dulce esposa de Ulises no era tan callada (ni tan dulce), y las noches en la isla inalcanzable eran de fiesta y vino y música hasta las tantas porque Penélope era una mujer sabia y ya sospechaba por aquel entonces que las penas con rumba son menos penas morena. Se compró un esclavo nubio de brazos bien torneados y piel reluciente, aunque terminó cambiándolo por un vikingo guapetón que tenía la espalda ancha y los ojos de hielo. Cabalgaba a lo loco los campos de Ítaca con la melena ondeando al viento sólo por el puro placer de sentir en el rostro el látigo de la velocidad. Se rodeó de poetas extranjeros que le contaban historias asombrosas que ocurrían en países lejanos, e incluso un anciano venido de Oriente le enseñó la técnica de la proyección astral (que nada tenía que ver con la adormidera que se cultivaba en los jardines del castillo, a pesar de lo que pueda parecer).
Fue así como aprendió a escaparse a ratos de esa tierra hecha para regresar, y con el tiempo - Penélope infiel -, hasta terminó olvidando que tenía un marido. Sólo a veces escalaba el acantilado más alto de la isla para contemplar la furia de las olas que estallaban en una efervescencia de espuma contra las rocas, y entonces lanzaba al mar y al infinito un grito tan salvaje que hasta el mismísimo Poseidón temblaba de miedo en las profundidades de su palacio subacuático.

Ésta es la verdadera historia que Homero, si es que existió, ocultó a la posteridad. Ve tú a saber por qué.

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