Trabajo hasta tarde. Corro en el metro aunque no tenga prisa. Saturo la agenda de compras y masajes, de clases de baile y lecciones de cocina. Lleno mis noches de cenas y cervezas y huyo los viernes muy lejos de Madrid. Vuelo por las aceras con el móvil en la mano... nunca freno, no paro, me niego a parar.
No quiero que llegue ese momento en que abro la puerta de casa y me topo con una mujer morena en el espejo del recibidor. Siempre lleva tacones y maletín y tiene dos arrugas minúsculas bajo el ojo izquierdo que nadie ha advertido todavía. Entonces no puedo evitar echar cuentas, acordarme de una chica con mechas rubias y ojos llenos de selvas y de olas, tener de repente esa certeza fría y afilada.
Que yo.
No iba a ser ésta.
1 comentario:
Yo sigo diciendo que me gustas más morena.
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