SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín

jueves, 10 de diciembre de 2009

Vacaciones

Tenía un tatuaje de henna en la palma de la mano, un intrincado dibujo de puntos y curvas que se iban enroscando desde la muñeca hasta los dedos como guirnaldas de flores fosilizadas. A veces se descubría acariciando en el metro el relieve apenas perceptible que dejaban en las yemas, y entonces pensaba en el desierto y en el viento abrasador que cambiaba de sitio las dunas. Veía hombres a caballo vestidos de azul cruzando civilizadamente en los semáforos en verde y el gris del cielo la deslumbraba como sólo puede hacerlo el azul más brillante. Estudiaba las líneas que se entrecruzaban en su mano como si quisiera descifrar un lenguaje olvidado y de repente el ruido de la ciudad desaparecía y sólo quedaba ese silencio de arena y sol que le hace a uno soñar con palmeras y cataratas.

Tenía un tatuaje de henna en la palma de la mano que fue despareciendo en una sucesión de días iguales. Primero fueron las yemas y los bordes de la mano. Y el viento dejó de traerle cantos de mujeres guerreras y volvió a cobrar nitidez el horizonte. Después la palidez se fue extendiendo desde las puntas de los dedos, arrastrando oasis y camellos, hasta que sólo quedaron las antiguas líneas de la mano, esas en las que estaba escrito que tenía que levantarse a las 7 en punto para no llegar tarde al trabajo. El sol se le cayó de las manos y el primer frío del otoño le enrojeció los nudillos. Entonces no quedó nada salvo una palma vacía y el recuerdo difuso de haber pasado unas vacaciones en Benidorm.

sábado, 31 de enero de 2009

Del miedo y otros demonios

Era quedarse a solas con el pozo de sombras de debajo de la cama y una colonia de muñecas despeinadas. La superficie lisa y oscura de la parte más honda de la piscina. Era pararse en lo alto de una cuesta sobre patines de ruedas o cruzar de noche frente a la verja imponente del cementerio. Era sencillo y racional y podía curarse aguantando la respiración y cerrando fuerte los ojos. Después hasta los monstruos terminan creciendo, dan el estirón y se les afina la silueta, se les caen los pelos verdes y se transforman en un leve pavor a no vivir, que siempre puede mantenerse a raya con cielos azules y noches de sábado. Pero ahora es infinitamente peor. El pánico anida en las sábanas sin arrugas y las madrugadas llenas de páginas, se esconde en los cuadernos amarillentos y acecha hasta en las fotos nuevas donde hay ojos oscuros que miran sin ver. Es visceral y absurdo como los celos más vulgares y no tiene ni pies ni cabeza, pero vacía de oxígeno todas las habitaciones. El auténtico, inconfesable terror fue siempre no quedarme sola.

jueves, 29 de enero de 2009

Ausencias (o cómo echarte de menos sin comerme las uñas hasta los nudillos)

Ya nunca volvería a estar sola: convivía felizmente con un hueco en edad de merecer, un bien parecido montón de nada que le hacía dormir pegada a la pared para dejarle sitio o ponerle música rock por las mañanas. Aparte de eso, no daba mucha guerra, se pasaba el día mirándola en silencio desde su posición privilegiada encima del escritorio, con lo que parecía ser el agujero de una eterna sonrisa en mitad de la cara transparente. Por su culpa ya no necesitaba endulzar a lo bestia el café ni contar ornitorrincos alados para conciliar el sueño, y jamás arrancó las hojas del calendario con tanta complacencia. El único problema era que a veces se le contagiaba algo así como un vacío interior, y entonces sólo deseaba que le crecieran labios de repente, y un racimo de brazos flacos (sobre todo eso).

Volver

Cuando emprendas el viaje a Ítaca
pide que tu camino sea largo

Kavafis


Si he estado ausente ha sido por motivos de peso. Me encontraba demasiado ocupada desmontando la gruesa coraza de cemento armado que tanto tiempo me llevó construir – hasta de ella me terminé aburriendo –, viendo pasar el mar desde la ventanilla de los trenes, persiguiendo volcanes, perdiéndome en iglesias viejas, atiborrándome de pizza, despreocupándome de todo, volviéndome definitivamente loca… no había mucho tiempo para parar a escribir pero una siempre termina regresando, como las notas de Gardel y el turrón de almendras, al desorden que dejó al otro lado del tímido – pero firme – portazo. Dijo un famoso turista que no has estado en ninguna parte hasta que no vuelves a casa, y a veces creo que llego a entender la paradoja, cuando levanto la persiana de mi habitación y me encuentro de nuevo con el azul engañoso de las montañas. Pero tarde o temprano ese mismo horizonte ondulado hace que me entren otra vez ganas de salir pitando, y creo que lo mejor sería poder pasarse la vida como Ulises, siempre regresando.