SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín

martes, 22 de abril de 2008

De pueblo pueblo como el chorizo

Es curioso como en este mundo súbitamente empequeñecido por las nuevas tecnologías, para algunos ser de pueblo sigue siendo sinónimo de estrechez mental y paletismo, tan difícil quitarse de encima la imagen de un Paco Martínez Soria bajito y con boina mirándolo todo con ojos como platos (aibá, un coche). Y parece que uno para ser mundano y sofisticado ha de haberse criado al sol de los neones de la Gran Vía y ser madrileño de al menos tercera generación.
Pero a mí nunca se me ocurrió negar de dónde vengo, porque todo eso forma parte de lo que fui y de lo que todavía soy: un reguero de hormigas rojas correteando por la rama de un árbol al que nunca debí haber subido, el aleteo nocturno de un par de ojos amarillos en mi ventana, patines de ruedas gastadas en lo más alto de la más empinada cuesta. Mercromina en las rodillas. Ramos de margaritas silvestres que nunca dicen no. Noches de verano interminables. Y siempre la línea azulada de la sierra marcando el comienzo de todas las aventuras imaginables (se nos olvidó que íbamos a llegar en bici algún día, más allá de las nieves perpetuas… ) Nunca fui a clases de ballet, ni tampoco tuve muchas tardes de cine y McDonald’s. Pero puedo distinguir el susurro de una lechuza como un escalofrío en mitad la noche y buscar las moras más jugosas en el corazón de las zarzas, allí donde no llegan los rayos del sol, y donde habitarían los duendes si existieran. Sé que los nombres grabados en la corteza de los alcornoques no son eternos, porque cada 10 años invariablemente alguien les arranca el grueso armazón de corcho, y a lo mejor Pili y Jose terminan su idilio en el tapón de un vino tempranillo.
Y sé también que volver no son sólo las cuatro paredes de una casa franqueada por melocotoneros: es regresar a otra época, dormir en ese caldo de cultivo denso y oscuro donde se tejen los sueños.