
No sé en que momento empecé a inflarme como un globo de helio, de esos que tienen la cara sonriente de un personaje de dibujos animados y van atados a la muñeca de los niños porque siempre están deseando escaparse. No me había dado cuenta hasta que el niño que me llevaba ha soltado la cuerda y me he perdido en el cielo al final de los tejados y aunque en la boca volvía a tener un regusto de mermelada de naranja, he sentido una extraña paz que todavía duraba al despertarme. Ahora sigo sin saber por qué llevo todo el día cantando la canción de un programa de televisión que por lo visto dejó de emitirse antes de que yo naciera, pero supongo que el que la luna sea un globo que se me escapó será cosa de mi madre y de los recuerdos que se siguen teniendo aunque ya se hayan olvidado.
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