Creo que, definitivamente, he elegido mal el nombre de este blog. No hay más que echar un vistazo al Google Analytics – mi espía particular, que me dice si alguien recoge mis botellas de naufrago o se quedan a la deriva – para ver la cantidad de onanistas marineros que lo visitan. Gente que busca en Google cosas tales como gatitas con botas, gatas jugosas, gatitas con botas grandes (que obsesión con las botas), gatas con cuerpo de mujer, e incluso gatas con fondo de noche – que también los hay salidos, pero poetas –, y termina recalando en esta página por cierto espíritu perverso del algoritmo de búsqueda (y si de algo estoy segura es de la perversidad de algunos algoritmos). Qué chasco. Ellos que esperaban encontrar mujeres de uñas larguísimas y labios gruesos vestidas – o no – de cuero negro. Y se encuentran con todo ese rollo de seremos gatitas si se empeñan, pero con alas, etc. No es justo. Por eso, les voy a poner la foto de una gatita sexy, para que se sientan un poco menos decepcionados. Pero sobre todo, les voy a aconsejar que si tanto les gustan las gatas, dejen de buscarlas por Internet y salgan a los tejados, que seguro hay alguna maullándole a la luna. A lo mejor la pescan antes de que vuele.
SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín
viernes, 13 de junio de 2008
sábado, 7 de junio de 2008
No es pecado
Estos días pienso en manzanas rojas. En ascensores y serpientes. Me pregunto si bastaría con pintarme los labios de morado y cardarme el pelo para convertirme en venenosabrujarrobapríncipes. Leo un poema de Benedetti que dice que ningún padre de la iglesia ha conseguido explicar por qué no existe un mandamiento once que ordene a la mujer no codiciar al hombre de su prójima. Me lanzo de cabeza entonces a esa codicia tan subterránea como inútil pero, no sé por qué, ya no tiene la misma gracia.
domingo, 1 de junio de 2008
Plazos perentorios (o esto no se acaba hasta que se termina)
A pesar de lo que diga el título, este post no es sobre la entrega de un trabajo o el envío de los papeles de la Erasmus, nada tiene que ver con yogures caducados, la factura de la luz, las últimas naranjas dulces de un invierno que se alarga, ni siquiera con el tren de las 20:30 que siempre cojo a la carrera. Es más una cuestión de cambio de piel, y de abismos que se abren en lo profundo de la selva. Es pasearse por el filo de las rocas sabiendo que hay que saltar. Ya no queda nada al otro lado. Y aún así se dilata la caída por un motivo que va más allá de la simple nostalgia (que también, imposible deshacerse de ese fantasma). Pesa más lo que nunca se hizo que todo lo que se podría hacer, y ese es el momento más peligroso, tiempo de pequeñas locuras y atroces borracheras de limón y sal. Otras veces pasé noches en vela cantando boleros o me bañé semidesnuda en un mar congelado o pisé furtivamente la arena de un ruedo. No aparté la mano cuando la cogió un desconocido. Salté la tapia de un cementerio. Y no sé que será ahora, porque todas las mañanas me miro soñolienta por última vez en el espejo de siempre y por última vez corro por calles que conozco de memoria para volver a llegar tarde a clase. Sigo empeñándome en acabar los finales, como los cuentos, antes de tiempo. Pero eso también tiene su lado positivo: permite devorar los momentos cotidianos con una avidez nueva, esa claridad febril que precede a los naufragios.
Para aquellos a los que también se les acaba el tiempo
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