Tenía un tatuaje de henna en la palma de la mano, un intrincado dibujo de puntos y curvas que se iban enroscando desde la muñeca hasta los dedos como guirnaldas de flores fosilizadas. A veces se descubría acariciando en el metro el relieve apenas perceptible que dejaban en las yemas, y entonces pensaba en el desierto y en el viento abrasador que cambiaba de sitio las dunas. Veía hombres a caballo vestidos de azul cruzando civilizadamente en los semáforos en verde y el gris del cielo la deslumbraba como sólo puede hacerlo el azul más brillante. Estudiaba las líneas que se entrecruzaban en su mano como si quisiera descifrar un lenguaje olvidado y de repente el ruido de la ciudad desaparecía y sólo quedaba ese silencio de arena y sol que le hace a uno soñar con palmeras y cataratas.
Tenía un tatuaje de henna en la palma de la mano que fue despareciendo en una sucesión de días iguales. Primero fueron las yemas y los bordes de la mano. Y el viento dejó de traerle cantos de mujeres guerreras y volvió a cobrar nitidez el horizonte. Después la palidez se fue extendiendo desde las puntas de los dedos, arrastrando oasis y camellos, hasta que sólo quedaron las antiguas líneas de la mano, esas en las que estaba escrito que tenía que levantarse a las 7 en punto para no llegar tarde al trabajo. El sol se le cayó de las manos y el primer frío del otoño le enrojeció los nudillos. Entonces no quedó nada salvo una palma vacía y el recuerdo difuso de haber pasado unas vacaciones en Benidorm.
1 comentario:
Pablo, esta es una de las tonterías que salieron cuando me dejaste tu libreta en el ferry, más vale tarde que nunca :-P
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