SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín

domingo, 25 de mayo de 2008

El corazón de los cangrejos

Para eme punto ce punto, mi querido censor, esperando que se reconcilie con las palabras.
El viernes pasado me encontré con el Michael Scofield de los cangrejos. Había escapado de un mercado cercano y estaba agazapado bajo la lluvia, quizá decidiendo si sería más seguro cruzar la frontera de Méjico en avioneta o colarse de polizón en un barco con destino Panamá. Y aunque nunca me he caracterizado por un fanático amor a los crustáceos, recordé al cangrejo Sebastián que bailaba uaho el maaaaar y noté otra vez el pellizco de esa tristeza absurda que sentía cuando, de niña, veía a mi madre mutilarlos en el fregadero armada de pinzas y tijeras mientras me mentía diciendo que no sentían dolor alguno porque ya los había atontado metiéndolos en el congelador. Pensé en llevármelo e instalarlo en un barreño con corales de pástico y piedras blancas, para que se sintiera como en casa, quizá comprarle una cangreja simpática que le hiciera compañía, porque dicen que no hay nada peor que la soledad del barreño. Pero ya soy mayorcita para esas tonterías, y, entre otras muchas cosas, desconozco los cuidados que requieren las plantas de interior y los cangrejos, así que lo dejé en la acera y me fui deseándole la suerte de los locos. Cuando volví al día siguiente ya no estaba, y de la ventana del bajo del bloque más próximo salía un sospechoso tufillo a paella. Me dio repelús imaginar a aquella gente abriendo el caparazón para chupetear los restos de la tinta azulada de su sangre (porque los cangrejos tienen la sangre azul, como los príncipes y las libélulas), aunque pensé que de todos modos habría acabado en una cazuela, la ley de la naturaleza y todas esas cosas. Pero también me pregunté qué sería del mundo si de vez en cuando algún crustáceo de corazón aguerrido no desafiara insensatamente las normas.

viernes, 23 de mayo de 2008

El tiempo de las cerezas





He comprado dos kilos de cerezas para celebrar que ya estamos en mayo: no me había dado ni cuenta con este tiempo de perros, y aunque si asomo la nariz por la ventana sigue oliendo a tierra mojada y a las fulminantes tardes inglesas, me han entrado ganas de pintarme las uñas de los pies de rojo putón y tirarme en el césped a beber vino barato y sobre todo de recoger una tonelada de rosas, de arrancar los rosales con saña, asaltar los jardines indiscriminadamente para escapar con los brazos arañados y un trofeo de flores flácidas (que no quede ni una)… la primavera tardía siempre es periodo de intensidad y de prisa por llegar a ninguna parte, pero después sólo deja una resaca de pétalos mustios y versos ponzoñosos, oro, lirio, clavel, cristal luciente, por eso me voy a pegar un atracón de cerezas mientras maldigo a todos los poetas muertos. Y a los vivos, también.