Llevaba unas botas rojas de altura vertiginosa y un taconeo veloz, pero inestable, reverberaba a su paso en las aceras vacías. Sus labios color ciruela refulgían en la oscuridad como un rubí desvaído; se adivinaban elásticos y abultados, quizá con un pequeño socavón en el centro, repasados con mano temblorosa en el baño de cualquier viejo bar de paredes negras y música ochentera. Caminaba con un cierto vaivén de sirena patosa, se tropezó, estuvo a punto de caer. Una carcajada de niña prematuramente vieja resonó en la calle. Al pasar junto al inmaculado portal de un hotel de lujo pegó su rostro al cristal de la puerta de entrada y le dejó un beso de carmín gastado al guardia que dormitaba en el interior. Estaba pálida como una muerta y sólo en sus mejillas se encendían dos brochazos terracota. La brisa mañanera se enredaba en su pelo que ondeaba sobre su espalda como una bandera pirata. Tenía los ojos enrojecidos y con una leve sombra oscura bajo las pestañas. Puede que hubiera estado llorando.
Aunque dicen que los hombres y las insomnes solitarias del sábado noche nunca lloran.
Aunque dicen que los hombres y las insomnes solitarias del sábado noche nunca lloran.
3 comentarios:
Es un fragmento vertiginoso, recomiendo a todos el relato entero. ¿Puedo pedir a la gata un fragmento de Anais?
Donde esta el resto del relato??? No nos dejes con la miel en los labios, "gata"...
Éste es sólo el comienzo de una historia que pudo haber sido muchas otras, así que no seré yo quien coarte la libertad de imaginación del lector...
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