SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín

domingo, 25 de marzo de 2012

La abuela

La abuela la recibía siempre sentada en un sillón orejero con tapete de ganchillo. Apenas entraba luz por la pequeña ventana del cuarto de estar inundado de fotografías en sepia y flores de mentira, y la televisión escupía invariablemente alguna copla triste o el relato acartonado de un comentarista taurino. La mayor parte del tiempo dormitaba con la barbilla apoyada en el pecho, y sólo de vez en cuando sus ojillos de ratón la descubrían sentada al brasero. Entonces le sonreía con su boca desdentada y, como despertándose de un largo sueño, empezaba a hablar de una guerra y del hambre y de rosas blancas en la reja de su ventana. La verdad es que costaba imaginar que la abuela había tenido alguna vez su misma mata de cabello castaño y los mismos labios jugosos hechos para besar, pero ella había aprendido a no escucharla, concentrada en remover los posos de su taza de chocolate mientras contaba los minutos para salir de aquella casa húmeda y fría hasta el próximo cumpleaños.

Con el paso de los años, el sillón iba engullendo a la abuela, que hablaba menos y sonreía más, y el ruido de fondo de la televisión se fue amortiguando hasta quedar reducido al zumbido lejano de una colonia de moscas. Un día un soplo de viento helado entró por una grieta de la ventana y la cabeza de la abuela se derrumbó como una escultura de arena mojada. Entonces miró los agujeros del techo y las ramas que se retorcían en las paredes, oyó un ruido de patas corriendo por las habitaciones vacías y se levantó para irse de allí sintiendo una extraña amargura muy en el fondo de la garganta. Afortunadamente, fuera brillaba el sol, y para cuando arrancó el coche ya se había olvidado de todo.