SEREMOS GATAS, DE ACUERDO, SEREMOS GATITAS SI SE EMPEÑAN, PERO CON ALAS. IMAGÍNATE, LAS MUJERES Y LAS GATAS EN CASITA, RONRONEANDO Y LAVÁNDONOS LA CARA TODO EL RATO, QUÉ MÁS QUISIERAN ELLOS. PERO NOSOTRAS NO, NOSOTRAS VAMOS A VOLAR.
"Regiones devastadas" Enriqueta Antolín

sábado, 26 de enero de 2008

El Hombre Perfecto


Le dijo adiós al Hombre Perfecto una noche prematura de verano. Brillaban las estrellas como pecas de cristal en el cielo y la luna era un reclamo nacarado para poetas y hombres lobo. Además alguien se había puesto a tocar un lánguido violín en la distancia. No podía haber sido de otro modo. Quiso que se fuera porque a pesar de que era guapo e ingenioso, culto pero divertido, romántico sin edulcorantes y a pesar de que encima cocinaba y planchaba que era un primor, sus manos eran de mentira y ya estaba más que harta de sus invisibles caricias. Aunque bajase siempre la tapa del inodoro y nunca jamás sintiese la necesidad de rascarse un testículo. Sus dientes refulgieron en la oscuridad cuando abrió la boca para susurrar que siempre les quedaría París, porque él era el Hombre Perfecto y tenía que seguir siéndolo hasta el final, tenía que decir la frase adecuada y largarse con elegancia, sin grandes aspavientos ni reproches pero con ése toque de héroe atormentado que queda tan bien en las películas. Parándose a mirar hacia atrás un último momento antes de desaparecer en el fundido a negro. Se preguntó adónde iría. Quizá a asaltar el sueño de alguna niña fantasiosa, como un Peter Pan de gomina y esmoquin bailando un vals. O en busca de la Mujer Perfecta. Quién sabe. También se preguntó qué sería de ella sin él. Y de repente se vio sola, terriblemente sola entre los Hombres de Carne y Hueso. Entonces tuvo un poco de frío, y hasta miedo.

miércoles, 23 de enero de 2008

Igual que en las grandes historias

Ahora que se avecinan tiempos oscuros, de cafeína y vigilia, de cuatro paredes, codos en la mesa y polvo en los armarios; ahora que las huestes de Mordor amenazan con cernirse sobre el mundo libre con sus flechas de exámenes y trabajos, ojalá tuviéramos a un Samsagaz Gamyi para que nos dijera que todo es pasajero y que el sol brillará más radiante aún.

Mucha suerte para todos, pero, sobre todo, creatividad, más creatividad que nunca. Porque ya dijo San Alberto Einstein, patrón de todas las ecuaciones imposibles, que en los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.

viernes, 4 de enero de 2008

Nada

Unas palabras de mi homónima (el que tenga intención de leerse la novela que no siga porque son del final...) :


Bajé las escaleras, despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces.
Nada. Carmen Laforet






Hoy me he puesto metafísica de la manera más tonta y se me ha ocurrido que también hay escaleras de la vida (las de caracol, las mejores, desde luego). El problema es que aquí no valen las leyes de Newton y a veces una no sabe si está subiendo, o si por el contrario lo que está haciendo es bajar sin darse ni cuenta.

martes, 1 de enero de 2008

Apocalipsis

Acabo de ver una de tantas películas sobre la Guerra Civil española, de esas que cuentan una historia cuyo final se conoce de antemano, y aún así, no se puede evitar un estremecimiento que tiene mucho de frío y de miedo y de rabia y de esa pérdida prestada y antigua capaz de encogerte el estómago.
Me he quedado muda y muy tiesa en el sillón, y no sé por qué me ha dado por pensar qué hubiera hecho yo de encontrarme en la última noche republicana de Madrid, mientras las tropas franquistas se acercaban irremisiblemente y la sombra de un apocalipsis anunciado se deslizaba afilada por los rincones. Seguramente quemar documentos, coser banderas Nacionales con trozos de mantel, encerrarme en el armario más oscuro. Pero quizá también sufrir tal ataque de pánico que se me olvidara de repente el miedo a vivir: pensar que hacía una noche estupenda y bailar en la calle en una improvisada verbena sin farolillos ni serpentina de colores. Abrazar a un desconocido en la penumbra de un portal. Amar esa noche con piedad infinita, amar al primero que acertara a llegar...
Ojalá que, si viniera el apocalipsis, ya fuera bíblico o nuclear, lo supiéramos con al menos una noche de antelación.

Propósitos de año nuevo



Todos hemos tenido un pasado inconfesable - confesadlo -.

Mi estigma particular es haber sido una niña buena. Por ejemplo, mientras los otros niños engullían con voracidad caramelos y chucherías, yo no debía comerlos porque se me iban a picar los dientes (y a lo mejor hasta se ponían negros o se caían todos uno a uno dejándome la boca arrugada y floja como la de cualquier bruja...). Si sucumbía a la tentación, invariablemente me iba a casa en el acto a lavarme los dientes. De todo aquello me quedaron unas muelas sin el más mínimo rastro de caries y una comezón difusa de estómago vacío y manos sudadas cada vez que cojo una piruleta y la abro despacio y me la meto en la boca y termino mordisqueando el palito mientras pienso que soy la más perversa de las niñas.
Mi propósito de año nuevo no es ser más ordenada ni quedar con todas las personas con las que siempre voy a quedar y nunca quedo ni no dejar para mañana lo que pueda hacer hoy y ni siquiera es disfrutar de los pequeños momentos de la vida y ese tipo de cosas que siempre se dicen. Mi único deseo para el 2008 es comer caramelos, muchos caramelos, atiborrarme de todas las cosas que me gustan como una niña irresponsable a la que no le importan las caries ni las mejillas gordezuelas y jugosas, sino sólo ese minúsculo y glorioso momento de placer. Porque los niños son las personas más auténticas de este mundo y viven en un territorio indómito de inocencia donde no existe el pecado ni el fantasma terrible de las consecuencias. Ahí es donde quiero estar.

La otra Odisea


Es de sobra conocido que, mientras Ulises luchaba contra Lestrigones y Cíclopes, o enloquecía de deseo por el canto de las sirenas, o simplemente oteaba el horizonte impasible desde su cóncava nave, mientras vivía la más grande aventura de todos los tiempos, Penélope esperaba. Esperaba y tejía y volvía a esperar. A veces paseaba despacio por la playa y seguía esperando. O eso al menos es lo que nos han hecho creer.
Puro cuento. Lo cierto es que la callada y dulce esposa de Ulises no era tan callada (ni tan dulce), y las noches en la isla inalcanzable eran de fiesta y vino y música hasta las tantas porque Penélope era una mujer sabia y ya sospechaba por aquel entonces que las penas con rumba son menos penas morena. Se compró un esclavo nubio de brazos bien torneados y piel reluciente, aunque terminó cambiándolo por un vikingo guapetón que tenía la espalda ancha y los ojos de hielo. Cabalgaba a lo loco los campos de Ítaca con la melena ondeando al viento sólo por el puro placer de sentir en el rostro el látigo de la velocidad. Se rodeó de poetas extranjeros que le contaban historias asombrosas que ocurrían en países lejanos, e incluso un anciano venido de Oriente le enseñó la técnica de la proyección astral (que nada tenía que ver con la adormidera que se cultivaba en los jardines del castillo, a pesar de lo que pueda parecer).
Fue así como aprendió a escaparse a ratos de esa tierra hecha para regresar, y con el tiempo - Penélope infiel -, hasta terminó olvidando que tenía un marido. Sólo a veces escalaba el acantilado más alto de la isla para contemplar la furia de las olas que estallaban en una efervescencia de espuma contra las rocas, y entonces lanzaba al mar y al infinito un grito tan salvaje que hasta el mismísimo Poseidón temblaba de miedo en las profundidades de su palacio subacuático.

Ésta es la verdadera historia que Homero, si es que existió, ocultó a la posteridad. Ve tú a saber por qué.